Existen numerosas investigaciones y estudios, que ilustran como aplicar los principios del condicionamiento operante y cómo se analizan los comportamientos problemáticos al interior del aula.
Las tendencias generales han mostrado que:
En muchos casos es más conveniente regular la conducta de los alumnos con refuerzos positivos en lugar de sanciones negativas. No obstante, los docentes tienden a hacer lo contrario.
Los refuerzos positivos logran todo su efecto cuando son aplicados inmediatamente después de la conducta que se desea instaurar. Se deben distribuir de forma estable, sobre todo al comienzo de una intervención destinada a modificar o instaurar una conducta. Es decir, el niño debe saber a qué atenerse, por eso el comportamiento esperado se debe reforzar con la mayor frecuencia posible y al contrario, el comportamiento no esperado no debe causar ningún beneficio.
A medida que el comportamiento se va instaurando y el niño comienza a perfilar el efecto de los refuerzos positivos, conviene espaciarlos. El refuerzo intermitente es especialmente indicado en la fase de estabilización de la conducta.
El efecto de los castigos es menos evidente que el del refuerzo. No obstante, a veces puede ser necesario para detener una conducta. Cuando así lo sea, se recomienda intervenir desde que surge la conducta, es decir, cuando se manifiesta la conducta la reacción del que enseña debe ser proporcional a la conducta e inequívoca.
El uso de las amenazas también debe respetar un principio de coherencia: si el niño ejecuta la conducta o evade la obligación que ha contraído, se debe llevar a cabo la amenaza. En consecuencia es desatinado proferir amenazas que no se van a llevar a cabo por ejemplo: amenazar a un niño con no comer nunca más un postre.
Los refuerzos positivos, así como los castigos, surten un efecto vicario, es decir los alumnos que observan las consecuencias generadas por la conducta de un compañero pueden adoptar las mismas conductas según sus consecuencias.
Se puede dar refuerzo positivo a un grupo de alumnos y no sólo a ciertos individuos.
Es posible utilizar los principios del condicionamiento operante en otras dimensiones de la vida escolar, por ej. Para alentar la participación verbal, o estimular la interacción social de un grupo pequeño de alumnos.
Otros elementos a tener presente cuando se aplica el condicionamiento operante dentro del aula son:
El reforzador debe ser elegido en función de los intereses del niño y deben ser lo suficientemente valiosos como para alentar al niño(a) a adquirir la conducta deseada. Se sugiere que sea el niño quien elija el reforzador.
El aprendizaje de conductas difíciles debe realizarse por etapas y cada etapa debe ser convenientemente reforzada; además no se pasará a la etapa siguiente sin que esté totalmente cumplida la anterior.
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